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No haced ruido, no haced ruido

NO SE APLICAN apenas sanciones contra motos y vehículos que nos destrozan el tímpano  

NORBERT BILBENY - 22/09/2005


Ya es imposible encontrar un lugar sin ruidos. En la ciudad, cuando no es el rugido de las motocicletas, es el volumen del televisor del vecino. Uno va al campo y es más de lo mismo: los motociclistas son aún peores. Yen el hotel siempre se oye a medianoche el televisor de la habitación de al lado. He querido comprobarlo este pasado verano. No me he podido librar del ruido. Toda España es ruidosa. Ya no se puede huir del mundanal ruido, aunque muchas ciudades del extranjero nos dan una lección en este sentido.

Hay una excepción: meterse bajo tierra en un pozo de nieve. Yo hago esta experiencia en el monasterio de Poblet. Allí se encuentra desde hace siglos su pou de glaç. Hay otros parecidos en muchas partes de la Península. En el que les digo, cerca de la antigua granja del monasterio, y bajo unos espesos tilos, se entra por un estrecho pasadizo abierto en la roca. El po-zo es circular, de unos nueve metros de diámetro y quince de alto, con paredes de piedra y una perfecta bóveda de ladrillos con un agujero redondo en el centro, como el romano Panteón, por el que baja la luz del sol. Por ahí se sacaba antiguamente la nieve y el hielo que se guardaban para los medicamentos, comida y bebida de refresco. La palabra nevera viene de estos pozos de nieve o hielo, que parece ser que ya existían en la antigua Mesopotamia. El comercio del hielo, por otra parte, ya se practicaba en Grecia y ha durado hasta el siglo pasado. Al entrar en el pozo de Poblet se nota una temperatura moderadamente fresca y, sobre todo, no se oye nada. Me siento ahí, y trato de empaparme de silencio para los meses siguientes. La primera sensación es la del sonido del silencio, pero es imaginario. De la nada en cuanto nada, nada, decía Zubiri; pues del silencio algo parecido: puro silencio.

En Barcelona se puede experimentar algo parecido en la sala Beuys del CaixaForum, pero es bastante claustrofóbica y no le van a dejar meditar sentado en el suelo. Hay una sala de reflexión en la Universitat Pompeu Fabra, pero está cerrada. Pedí la llave, no me la prestaron y protesté por no poder reflexionar nada menos que en una universidad, donde más procede. "Si existiera para mí una patria, ésta sería el silencio", escribió Kafka. Sí, para muchos el silencio de estar solo con uno mismo, con sus recuerdos, su trabajo, o el silencio necesario para poder escuchar todas las notas de una música o un trozo de buena literatura, todo eso es su patria, no la de los himnos, petardos y todos los estruendos ciudadanos permitidos.

En Barcelona, por ejemplo, se hace un gran esfuerzo por cubrir calles, poner nuevos pavimentos y multar a los locales que provocan demasiado ruido, pero no se aplican apenas sanciones contra las motocicletas y vehículos que nos destrozan el tímpano y amargan la vida. "Bienvenidos al ruido", podemos decir al amigo extranjero. Pero el problema está en los vecinos mismos; la mayoría no protestan contra el ruido. Se han acostumbrado a él. Algunos parece que hasta lo necesitan. Sin embargo, el silencio es calidad de vida. "No haced ruido, no haced ruido" (Shakespeare, Rey Lear).

Propongo que construyamos refugios antirruido con subvención pública. De la misma manera que en Suiza hay 240.000 refugios blindados a cargo del Estado, y en España por lo menos 500 refugios antinucleares para familias ricas, no veo por qué no podríamos crear una red de pozos, casetas o paradores que nos salven del ruido.

N. BILBENY, catedrático de Ética de la UB



 
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