Editorial |
| |
La cultura
del ruido |
La
conciencia en torno de una mejor calidad de vida ha provocado
en muchos de los integrantes de la sociedad nacional una
reacción que puede ser evaluada como positiva. Se estima ahora
que deben buscarse condiciones que vayan más allá de lo
meramente material. Antes, solamente el acceso a bienes era
considerado emblemático de una buena calidad de vida, pero con
el paso de los años y los cambios tecnológicos y culturales
comenzaron a ser vistas como deseables otras cuestiones que
hacen al conjunto y su influencia sobre las personas. Mucha
gente quiere acceder a los bienes y comodidades que ofrece la
sociedad de consumo, pero a esa aspiración se une ahora la de
poder disfrutar de otros aspectos que no son tan visibles pero
que ciertamente influyen sobre esa calidad a la que hacíamos
referencia.
Muchas de esas cuestiones se relacionan con
el ambiente, pero ya en lo referido al entorno inmediato de
las personas y sus familias. Antes, la proximidad de una
fábrica al domicilio de una familia no era objeto de muchos
cuestionamientos; ahora, se plantean interrogantes en torno de
si es contaminadora o de qué forma su presencia influye sobre
la vida de los vecinos. En general, muchas de las condiciones
que ahora se demandan tienen que ver con formas de
contaminación: desde la que proviene de establecimientos
industriales a la que pueden emitir antenas de
telecomunicaciones, pasando por los siempre criticados
colectivos e, incluso, autos cuya contaminación es mucho menos
visible que la de los anteriores pero no menos dañina. La
preservación de la salud propia y del núcleo familiar se ha
convertido en una cruzada para muchos que se dan cuenta de que
los antes considerados ascensos en lo social suelen ir
acompañados por efectos que relativizan sus
bondades.
En los últimos tiempos, se ha comenzado a
comprender que una de las formas más letales de contaminación
ha escapado a la atención de una gran mayoría, incluyéndose en
ella a las autoridades encargadas de velar por la salud
pública. Se trata de la contaminación sonora, marcada por el
ascenso de todo tipo de ruidos que, según los estudios
realizados en países evolucionados, se convierten en factores
desestabilizadores de la salud humana. Se han realizado
pruebas de laboratorio, primero con animales, sometiéndolos a
todo tipo de sonidos, de diverso origen e intensidad, y se ha
comprobado con asombro y preocupación que tienen impacto
profundo sobre la salud. Los seres humanos, sometidos a ese
tipo de estímulo, desarrollaron problemas que van desde lo
mental hasta lo físico, marcándose características que, como
la elevación de la presión arterial, constituyen concreto
riesgo de vida.
Mientras muchos se preocupan por la
chimenea de la fábrica cercana, no se dan cuenta de que tanto
o más daño que los gases que puede emitir lo ocasionan los
ruidos que provienen de ella; de los motores de todo tipo de
vehículos que tienen escapes dañados o arreglados a propósito
para emitir mayor sonido; de alarmas que, incontroladas o mal
reguladas, arrancan en todo momento sin que ello esté motivado
por acción humana alguna, o de equipos cada vez más poderosos
de música que certifican que la melodía favorita de algunos se
convierte en la tortura de los demás.
Las autoridades
de la ciudad han salido a controlar alarmas, especialmente en
aquellos casos en que su accionamiento se produce en forma
constante o incontrolada. Pero, esto, aunque esté bien,
equivale a una mínima parte de los ruidos molestos y
perjudiciales para la salud que asedian la vida de todos
cuantos viven en el Gran Mendoza. Intentar defenderse de los
sonidos de un taller cuya actividad se prolonga a veces dentro
de las horas de descanso, de los equipos de música cuyo sonido
suele propagarse por largas distancias, de otros no tan
estridentes pero sí constantes (el ejemplo de la canilla que
pierde gotas de agua es clásico) es para muchos una
imposibilidad. No hay ante quién quejarse, no existe personal
capacitado para discernir en la materia -sobre la cual muchas
veces no hay ordenanzas o las hay desactualizadas- ni para
operar los aparatos destinados a medir intensidades. En una
sociedad castigada por el estrés, los ruidos molestos -y
peligrosos- pueden estar obrando como detonantes de males
orgánicos y emocionales en mucha mayor medida que la que se
supone.
|
|
| |