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Contaminación sonora, un problema en la Ciudad al que no se
le pone freno |
El problema de la contaminación sonora se mantiene
como una de las amenazas cotidianas sobre la calidad de vida en la
Ciudad. Desde esta columna se ha llamado la atención, en reiteradas
oportunidades, sobre los perjuicios que causa en La Plata, en forma
siempre creciente, el ruido característico de las grandes
urbes.
Es un fenómeno que produce pérdida de audición,
disminución de la capacidad de aprendizaje y hasta comportamientos
antisociales. Existe un copioso sustento científico que avala esa
evidencia, se reiteran años tras año las estadísticas y advertencias
formuladas por entidades o especialistas y, sin embargo, no se
percibe de parte de los organismos responsables ningún tipo de
reacción.
Una de las últimas advertencias fue formulada -hace
un tiempo- por profesionales del Colegio de Fonoaudiólogos de La
Plata quienes señalaron que, además de todos los riesgos
mencionados, el exceso de ruido puede generar adicción aumentando el
daño. Un relevamiento efectuado por esa entidad había comprobado,
además, que en nuestra ciudad un 20 por ciento de los jóvenes están
afectados por este problema. El sonido emitido a volumen excesivo
estimula una hormona que genera una sensación placentera y de
aturdimiento que provoca que se quiera repetir la
experiencia.
Se ha advertido, en este marco, que en locales
frecuentados por chicos y adolescentes los ruidos superan los 90
decibeles. Esto se complica aún más porque socialmente el ruido está
ligado a la alegría, a la euforia, por lo que lo transforma en más
difícil de erradicar porque existe hoy una cultura del
ruido.
La suma de factores que confluyen para crear un
ambiente capaz de producir verdaderos traumas en el sistema auditivo
de los pobladores se integra con múltiples elementos.
Lamentablemente, el estilo de vida que se ha impuesto en nuestra
época ha terminado por insensibilizar a la población, a esta altura
acostumbrada a convivir con todo lo ruidoso. Esto se advierte
especialmente en los jóvenes habituados a convivir, sea en sus
hogares, en locales bailables o en espectáculos musicales, con
niveles sonoros muy elevados.
Pero la población adulta, aún
la que busque pasar momentos de tranquilidad, suele también terminar
bombardeada por la estridencia de los vehículos que transitan sin
ninguna limitación en sus escapes en la calle o los parlantes que
emiten música a todo volumen en la vía pública.
Con los
ruidos molestos ocurre como en el tránsito: reina el caos, son pocos
los que cumplen con las normas, algunos hacen denuncias pertinentes
pero todo sigue igual y aún empeora día a día.
El hecho
concreto es que en el ámbito platense no se advierte que exista una
acción decidida contra esta forma de contaminación. A todas luces se
está ante un problema crítico que requiere no sólo de una reacción
institucional -eficaz y ejecutiva-, sino de una actitud colectiva
más solidaria, susceptible de acompañar los programas que deban
ponerse en práctica.
Desde la molestia a la hipoacusia,
pasando por el dolor y la fatiga, el ruido se ha convertido en un
enemigo público, y defenderse del mismo es ejercer nada más y nada
menos que un derecho. Que tiene la contrapartida de un deber a cargo
de la autoridad pública pertinente y de cada uno de los vecinos, a
fin de crear las condiciones de convivencia más favorables para la
preservación de la salud, de la tranquilidad y del estado de ánimo
propicio que hoy exige la ardua lucha
cotidiana.
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