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Hay
jóvenes capaces de reunirse pacíficamente en
lugares públicos, sin consumir alcohol |
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En los últimos tiempos, los medios de comunicación han
venido haciéndose eco, con especial intensidad, de los
problemas que el llamado fenómeno del botellón ha
ocasionado en algunos municipios, no sólo de la Comunidad
Valenciana sino de todo el territorio nacional. La descripción
de lo que es el fenómeno en sí no es muy compleja y se puede
resumir diciendo que consiste en la concentración de un buen
número de adolescentes y de jóvenes, en horario nocturno, en
lugares públicos de nuestros municipios (normalmente
céntricos), donde consumen bebidas alcohólicas e, incluso,
sustancias estupefacientes, con las consiguientes
consecuencias de ruido, suciedad y, ocasionalmente,
alteraciones de orden público, destrozo de mobiliario urbano,
reyertas, etc., por no citar los propios problemas que para la
salud (física y mental) de los jóvenes conlleva el consumo
abusivo del alcohol o de las drogas. Pero describir los
aspectos perceptibles del fenómeno no es más que detectar sus
síntomas, patológicos o no, y la erradicación de los aspectos
patológicos requiere, lógicamente, un análisis de sus causas,
a partir del cual se podrán plantear, entonces, las posibles
soluciones. Porque el fenómeno del botellón es una
manifestación evidente de toda una serie de problemas que está
viviendo nuestra juventud, y que tienen que ver con su forma
de relacionarse y de comunicarse, con la manera de hacer
sentir su presencia en el contexto social y de expresar sus
miedos, sus angustias, su desorientación o su rebelión, que
trasciende mucho más allá de una mera cuestión de organización
de su ocio y su tiempo libre.
Incurriríamos, pues, en una imperdonable simplificación
tanto si pensáramos que la mera represión del fenómeno iba a
solucionar los problemas que a través del mismo se manifiestan
como si tuviéramos una visión romántica del botellón,
dejando que éste se desarrollara libremente por los cauces que
vayan dándole sus protagonistas, alegando que, en última
instancia, el consumo de alcohol o de drogas es una opción
personal y que la juventud tiene derecho al ocio y a
expresarse con plena libertad en su tiempo libre. Ahora bien,
también sería un error pensar que no hay nada que controlar y
reprimir en el fenómeno del botellón, porque hay muchos
chavales, menores y mayores de dieciocho años, que están
poniendo en muy serio riesgo su salud y la salud de los demás
al abusar del alcohol y hay muchos vecinos que están
soportando unas consecuencias nefastas para su tranquilidad,
su bienestar y su salud como consecuencia del absoluto
descontrol con el que, en muchas ocasiones, se desarrollan
esas concentraciones públicas de jóvenes. A este aspecto del
problema (el de los derechos vulnerados de los vecinos) ha ido
fundamentalmente dirigido el Informe Especial presentado por
el Síndic de Greuges ante las Cortes Valencianas hace muy
pocas fechas, en el que se instaba a las Administraciones
locales y autonómica a desplegar las actividades de inspección
y control que les encomiendan las leyes. Del mismo modo,
también sería equivocado pensar que no hay nada de positivo en
el hecho de que los jóvenes se concentren, pues, en muchos
casos, hay jóvenes perfectamente capaces de reunirse
pacíficamente en lugares públicos, sin consumir alcohol o
consumiéndolo moderadamente, en parte desplazados por los
precios, para ellos inasequibles, de las consumiciones en
locales de ocio.
Consecuentemente, es bueno que en una sociedad que padece
de un exceso de oportunidades de ocio individuales,
impersonales y pasivas (televisión, videojuegos, internet),
los jóvenes aún tengan deseos de relacionarse personalmente
con otros jóvenes, de expresarse abiertamente, de buscar su
lugar y su protagonismo en sus ciudades y pueblos. No parece,
sin embargo, tan positivo que esas posibilidades de
comunicación y de relación se busquen en un contexto de
aislamiento total con los adultos (y de ahí la necesidad de
que se prolongue la diversión durante toda la noche),
mediatizándolas, además, por el alcohol o las drogas, cuyo
consumo se convierte, en muchos casos, en el único objetivo
del esparcimiento. Tampoco es, en absoluto, positivo, sino
todo lo contrario, la falta de respeto hacia el resto de
conciudadanos, a quienes se perjudica en su descanso,
ensuciando su entorno con los restos de la fiesta o con los
propios excrementos, destrozando el mobiliario urbano o
provocando peleas y riñas que pueden terminar fácilmente en
tragedia. La necesidad y el deseo de relacionarse con los
iguales no se debe reprimir sino encauzar, ofreciéndoles a los
jóvenes alternativas de ocio que tiendan a mantener esa parte
positiva y necesaria de su desarrollo personal, pero con una
mayor integración social que impida su aislamiento y que
corrija esos hábitos de consumo y de nocturnidad excesivos. En
este ámbito, es imprescindible la intervención y el compromiso
de las familias y del contexto educativo. Nuestros jóvenes no
sólo son nuestro fruto biológico sino que también son hijos de
nuestras contradicciones y de nuestra incapacidad, como padres
o como gestores públicos, para comunicarnos y para hacerles
partícipes de nuestras inquietudes, miedos, anhelos e,
incluso, de nuestras decisiones. E, igualmente, son hijos de
nuestra propia incapacidad y tolerancia para respetar las
normas y los derechos de los demás. Eso no quiere decir que
los jóvenes no sean responsables de su comportamiento, antes
al contrario, en la medida en que su participación familiar y
social se incremente, deben de asumir sus responsabilidades.
Las autoridades públicas no deben, pues, favorecer los
aspectos patológicos del botellón, rindiéndose a las
dificultades que el mismo plantea con la mera tolerancia u
ocultándose su realidad con su minimización. El fenómeno se
debe de analizar y se deben de invertir muchos más esfuerzos
que los empleados hasta ahora, en su prevención y en la
represión de sus más intolerables aspectos. Pero también es
imprescindible la implicación de las familias y de los centros
educativos en la solución de los complejos problemas que se
esconden tras el botellón.
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