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¡Abajo el volumen!
Patricia E. González S. 

Hace muy pocos días apareció en la prensa una noticia que tiene gran importancia y no es posible quedarse callado porque afecta la salud de los colimenses. Tiene que ver con la contaminación por ruido. Se hablaba de cientos de niños que tienen problemas auditivos, algunos severos, que fueron detectados en diversas escuelas después de habérseles hecho un examen a propósito. Faltaría hacer otra investigación que cubriera a los jóvenes, en donde según mi opinión, se encuentra ya el problema establecido, por no hablar de los padres de esos jóvenes y niños.
    Todo este asunto puede ser percibido con gran facilidad si ponemos un poco de atención, basta con ser conscientes de lo fuerte del volumen con que se escucha música, en casa, en el auto, en el dispositivo portátil que se ajusta a las orejas mediante pequeños audífonos. Esta forma de oír -que no de escuchar- se vuelve sumamente nociva. El oído humano está diseñado para percibir hasta ciertos niveles por arriba y por debajo de las frecuencias que existen, y también hasta cierto volumen (decibeles); cuando estos niveles se rebasan, y se vuelve constante el oír música o el radio o la TV con demasiado volumen, la audición empieza a ser afectada y decrece la capacidad de captar los sonidos agudos, o los graves o ambos, y sobre todo ya no percibir sonidos, a menos que sean cada vez más fuertes; se va perdiendo el sentido del oído.
    Poner remedio a este asunto es algo que nos toca a todos hacer, cuando decidimos hacer una reunión, debemos tener presente que tenemos vecinos que no están de fiesta ni tienen por qué escuchar obligadamente la música que nosotros escogimos para nuestra reunión, por simple cuestión de respeto y de buena vecindad, por educación mínima vaya, además de que es importante que sepamos que se están violando reglamentos, que contemplan el volumen (decibeles) que no debe ser superado, y que si constituye una molestia para otros, éstos tienen el derecho a llamar a la policía para que pongan orden. El problema está primero, en que no hay respeto por parte de quienes ponen la pretendida “música” a todo volumen y después en los que prefieren pasarla muy mal y a veces no poder descansar antes que “quedar mal” con sus vecinos. Cuestión de enfoque. No se trata de pleitos, sino del derecho que todos tenemos de descansar dentro de nuestras casas. El hecho de que la “música” que llega de fuera se meta a nuestra habitación y no nos deje descansar, o a nuestro lugar de descanso y no nos permita oír nuestra propia selección de música, o compartir con nuestra familia sin tener que levantar la voz, debería ser reflexión suficiente como para poner un alto al abuso que constituye que alguien se “divierta” a costa de la incomodidad y a veces desvelo de otros. Igualmente para todos aquellos que piensan que llevar a todo volumen aquello que oyen en sus automóviles es algo que los distingue positivamente. En realidad quedan como lo que son, abusivos a los que nadie detiene y mucho menos la autoridad.
    Quedarse sordas es lo que les sucede a estas personas que han elegido el súper-volumen como algo natural, y aceptado socialmente, porque es precisamente en su hogares y escuelas donde se da y recibe dicho aprendizaje, baste con pasar por cualquier escuela en la que se esté dando instrucciones o celebrando un festival. Hasta en las fiestas de los más pequeñines escuchamos las canciones infantiles a todo volumen. Así que depende de los mayores, de nosotros todos hacer campaña en contra del ruido, de la música a todo volumen, de los escapes abiertos, del ruido que sale de negocios en las calles, de los gritos en lugar de voces para hablar si queremos que la próxima generación que tome las riendas de nuestro estado no tenga que usar aparatos o prótesis para poder oír.
    Imitar a otras culturas sólo por la moda que llegó aquí, no es signo de cultura, sino de retroceso. Contra la naturaleza no valen las modas, se deteriora y con ella todos. Con el oído deteriorado se hace un daño permanente a los que así han aprendido a oír. Los demás no tienen la culpa de su mal gusto, ni de su afición a modas destructivas. Por el bien de todos ¡bajemos el volumen!.
   

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